Aunque mi vuelo llegaba a Kuala Lumpur, capital de Malasia, el primer objetivo de mi viaje era visitar la isla de Penang, al noroeste del país. En la ciudad de Georgetown me esperaba una meca de la comida malasia y un centro histórico, patrimonio de la UNESCO, plagado de templos y monumentos chinos, hindúes y malayos.
Tras arreglármelas para llegar a la estación de autobuses compré mis billetes en la taquilla. El vendedor de los billetes era una suerte de cyberpunk que cabalgaba en moto con gafas de sol y una mascarilla antipolución mientras fumaba un cigarrillo electrónico.
Tuve 20 minutos antes de que el bus saliese para correr al KFC más cercano a engullir algo de pollo frito bastante frío servido por un ladyboy que tenía más de boy que de lady; fue el único que vi durante todo mi viaje.
Coger el bus no estuvo en absoluto falto de accidentes. En un principio el vendedor de billetes me dijo que no había problema para llegar a Penang, pero una vez en la puerta del autobús me denegaron la entrada. A los pocos segundos aceptaron mi entrada en el autobús para, a los 10 minutos, sacarme de éste y meterme en otro. Algo que agradecí sobremanera recién llegado a un país nuevo del cual no conocía nada.
El autobús levó ancla sobre la medianoche y yo, inocente y despreocupado, creí que llegaría a Georgetown con las primeras luces del alba, sobre las siete u ocho de la mañana.
El viaje transcurrió bajo el manto glacial de un aire acondicionado absurdamente alto para un país tropical que, junto a las continuas luces de la autopista, consiguió evitar mi sueño durante casi la totalidad del trayecto.
Ingenuo yo, fui desalojado del autobús a las cinco de la madrugada, abandonado a mi suerte en medio de una estación de autobuses vacía, por la noche y con lluvia.
Gracias a la tarjeta SIM que compré en el aeropuerto, pude twittear mi descontento y, más adelante, cerciorarme de que me encontraba en algún punto perdido de la isla de Penang. Empezaba la aventura.
Son las 5 de la mañana y estoy en una estación de autobuses en medio de la nada en Malasia. Y llueve.
— Javier Ferrández (@javierferrandez) September 30, 2015
La zona colonial de Georgetown
Tras pasar dos horas en una estación vacía y conseguir descifrar una marquesina de autobuses públicos en la que todas las calles parecían tener el mismo nombre, me la jugué a embarcar en uno de ellos. Con mi suerte de recién llegado, llegué exactamente al norte de Georgetown, donde tenía planeado empezar mi ruta.
Georgetown fue colonizada por los borrachos de los ingleses en 1786, cuando el capitán Francis Light (Francisco Luz, para los españoles) de la Compañía Británica de las Indias Orientales puso sus lustrosos botines de cuero en tierra malasia. O quizá llevaba chanclas con calcetines blanco, que es lo que visten ahora los hijos de la Gran Bretaña en sitios de playa. Por desgracia, no hay ningún documento que pruebe el calzado del amigo Francisco.
El norte de Georgetown es donde Francis decidió levantar Fort Cornwallis, un fuerte de madera con vistas a la costa de la ciudad para vigilar la llegada de posibles invitados.
Más adelante, el fuerte se reconstruyó en piedra, tal como se encuentra actualmente. Se trata de una de las visitas principales de la zona colonial de Georgetown, aunque no tiene nada que no te puedas esperar de un fuerte: muros y cañones.
Siguiendo mi colonial ruta, pasé por varios edificios que pertenecían y pertenecen al gobierno, como ayuntamiento, juzgados y demás inventos democráticos. Todos muy bonitos y muy blancos, sin mácula alguna.
La casa azul de Cheong Fatt Tze
Al final de la ruta, me paré para visitar la famosa mansión de Cheong Fatt Tze. Se trata de una casa construida a finales del siglo XIX por un exitoso comerciante chino que llegó a ser una de las personas más ricas de Penang. A los chinos en esto del dinero nadie les ha ganado nunca, no es nada nuevo.
La mansión es una casa de dos pisos pintada en un estridente azul eléctrico que puede quemar las retinas de los más sensibles. La estructura gira en torno a un patio central que, según dicen, con las lluvias torrenciales se llenaba de agua como un pequeño estanque.
La casa combina decoración china, siempre regida por las normas del Feng Shui, con elementos coloniales importados de Europa. En aquella época por suerte o por desgracia no tenían Ikea.
La casa no se puede visitar al completo, ya que una parte se ha convertido en un hotel de lujo con un restaurante cantonés. Pero sin duda la visita merece la pena, es como el programa «Quién vive ahí», pero en vivo. El cotilleo es un arte milenario en la cultura ibérica y la cabra siempre tira al monte.
Chinatown y el centro histórico de Georgetown
Bajando por Penang Road desde la mansión del milloneti chino, acabé adentrándome en las fauces de Chinatown. Es la zona de mochileros por excelencia y está plagada de hostales y sitios para alimentarse.
Aquí es donde empecé a descubrir una de las cosas que más me gustó de Malasia: su arquitectura urbana. Las calles no tienen grandes edificios, sino casas de como mucho dos o tres plantas que conservan su estructura colonial sin restaurar. Muchas están agrietadas, con la pintura caída y los comercios mantienen sus rótulos originales, lo que le suma mucho encanto a pasear por sus calles.
Desde Chinatown es fácil llegar al centro histórico de Georgetown, sin duda lo más interesante de la ciudad. Fue declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2008 y con sólo caminar un rato es fácil entender por qué. Templos budistas e hindúes, mezquitas y otro tipo de edificios históricos conviven en un espacio bastante limitado con una armonía estética sorprendente.
El edificio más interesante de la zona es el Khoo Kongsi, un «clan hall» (casa familiar, por traducirlo de algún modo) de la familia Khoo. La fachada y el interior del edificio está plagado de pequeños detalles que hacen referencia tanto a los Khoo como a tradiciones chinas e historias budistas. Por suerte, había poco más de 3 personas y pude verlo con bastante calma.
Tras toda la mañana caminando desde las siete, a las dos del mediodía conseguí hacer un alto en el camino y comer unos char kway teow, fideos con gambas y cerdo algo picantes, que estaban de muerte y me costaron la absurda cifra de cinco ringgits (un euro). Más adelante descubriría que este precio por plato se mantendría durante todo el viaje, para regocijo de mi aparato digestivo, siempre dispuesto a ingerir alimento.
Encuentro con mi host y visita a Kek Lok Si
Al acabar de comer y mientras esperaba a mi host de Couchsurfing, me pedí un vaso de café blanco malasio, que se realiza tostando las semillas de café con mantequilla y azúcar. Ideal para conseguir esa diabetes que siempre has soñado.
Mi host, Ron, un chico asiático con el pelo teñido de casi rubio y tan delgado que me preocupaba que se lo llevase una ráfaga de viento en cualquier momento, me recogió en coche y me llevó de visita a Kek Lok Si, el monasterio budista más grande del sudeste asiático. A mitad de camino empezó a caer el diluvio universal, así que la visita al templo fue pasada por agua.
Kek Lok Si es un monasterio enorme situado en lo alto de una colina, por lo que las vistas desde arriba son impresionantes. Está formado por varios edificios donde viven los monjes, templos, una pagoda e incluso un colegio de educación infantil, supongo que para futuros monjes.
Una de las cosas más impresionantes del templo es una estatua de bronce de 30 metros dedicada a la diosa de la piedad, Guanyin. La estatua está enmarcada en un pabellón de 60 metros de altura y rodeada por columnas de piedra grabadas.
Al parecer, esta estatua se erigió en 2002 tras incendiarse la anterior versión, de la que todavía conservan el busto encima de un edificio, desde donde observa a los visitantes plan «ola k ase». Una estampa bastante pintoresca a mi parecer.
El otro monumento interesante dentro del templo es la pagoda de Kek Lok Si, cuya construcción mezcla el estilo birmano en su parte superior, tailandés en el centro y chino en la base.
También había figuritas con esvásticas por todas partes, lo que hizo la visita bastante completa.
Para los que se asusten con ello, no es que en Malasia rindan culto a Adolf, sino que esta cruz es un símbolo del budismo y fue tomada por el pequeño dictador para su macabra aventura.
La colina de Penang, cenar y dormir
Después de la visita a Kek Lok Si, Ron me llevó a la colina de Penang, a cuya cumbre se accede en un funicular.
La visita fue altamente decepcionante, ya que una vez arriba, volvió a llover como no está escrito en la Biblia y las vistas desde la colina eran altamente nubosas. Se supone que desde allí puedes ver toda la ciudad de Georgetown y el mar al fondo –si alguna vez vas, mándame una foto-.
Después de un día agotador y previo a dormir en la ciudad de Bayan Lepas, al sur de la isla, Ron me llevó a comer a un sitio bastante divertido. Es una estructura típica de países del sudeste asiático, parecido a una especie de mercado de comida. En el centro del recinto hay mesas comunes y alrededor tienes puestos de comida de todo tipo.
Elegí unos fideos al azar, de nuevo por 5 ringgits, y resultaron ser francamente deliciosos. Acompañé la ingesta con un té helado y una larga conversación con un simpático Ron –es gracioso porque el ron es una bebida alcohólica-, que se mostraba abierto a responder a mi ametralladora de preguntas sobre Malasia.
Al acabar la cena, por fin, pude dormir en casa de Ron, tras un día agotador. Un mosquito amenizó mi noche despertándome cada 10 minutos.
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Nunca imaginé que Malasia fuera un país con paisajes tan maravillosos el Gato Chino ahora también es Malayo!
Gracias por escribir, Ricardo.
Lo cierto es que Malasia me ha sorprendido sobremanera. La mezcla de culturas lo hace único y tiene detrás una historia muy interesante. Eso sí, recomiendo completamente visitarlo guiado por alguien de allí, es una experiencia única.
Javier, me he divertido como un niño pequeño leyendo tus peripecias. La verdad es que mi experiencia Malaya se reduce a dos dias de viaje de trabajo en los que vi las Petronas, el Chinatown de Kuala Lumpur y poco mas. Un saludo desde Arabia.
¡Hola Mishu! Muchas gracias por tus palabras, es muy reconfortante leer este tipo de mensajes cuando le dedicas tiempo a un post.
Desgraciadamente, Kuala Lumpur es una ciudad bastante fea, mis amigos que fueron hace unos años la bautizaron como Cloaca Lumpur. El Chinatown de allí es como el de cualquier ciudad europea y la comida es cara y mala. Las Petronas, sin embargo, es lo que salva una posible visita a la ciudad.
Si vuelves, no dudes en visitar Penang (Georgetown) y Malaca. En los próximos días voy a seguir narrando el resto del viaje. Nos vemos por aquí si quieres seguir descubriendo Malasia 🙂
Buen artículo.
Mi duda es la siguiente: ¿de verdad vale la pena ir a Kuala Lumpur para ver dos malditas torres?
Un saludo.
Efectivamente y no, amigo Maikel. Aunque Kuala Lumpur la trataré más adelante y de manera harto escueta, yo no le dedicaría más de una tarde y una noche (para ver las torres, básicamente).
Es un lugar con mucho encanto, tanto por su muestra arquitectónica de estilo colonial como has mostrado y así como sus templos, todo muy bien conservado y es algo que se agradece.
Ya veo que los noodles te salvaron, la mejor forma de reponer energías entre pateo y pateo. Nosotros también hicimos lo propio, y en los puestitos de la calle es donde saben más ricos.
Muy buen post!
Un saludo
Muchas gracias por escribir, sr. Chicharrero.
La verdad es que Malasia es toda una joya. Entre hoy y mañana espero publicar el segundo post sobre Penang.
Los noodles son una maravilla y, como bien dices, cuanto más callejeros mejor. 😀
He descubierto a la diosa de la piedad Guanyin gracias a ¡este post!…
Nunca se duerme uno sin aprender algo nuevo 😀